domingo, 30 de noviembre de 2008

Cuento Corto: "Huidobro"


En pequeño pueblo del Norte, vivía Don Evaristo Rosales, un hombre querido y respetado por sus vecinos. Por su baja estatura y la redondez de su cuerpo ganó el apodo de “Trompito”, como lo llamaban en el pueblo cariñosamente.

Su rutina era caminar todos los días veinte cuadras que separaban su casa con el Museo Municipal, donde él cumplía su función de sereno. Con él llevaba siempre un libro bajo el brazo; la lectura era su pasión, él había leído casi todos los libros de la pequeña biblioteca del museo.

Sus años empezaban a pesarle, su lento caminar delataba su cansancio, veinte años en su puesto le permitieron conocer de memoria todo lo que había en el museo. Aves embalsamadas, cuerpos tratados con cera, y cuatro esqueletos que cada uno de ellos tenía su historia escrita en los libros.

Ana, su esposa, era una mujer que con una sonrisa enfrentaba todos los problemas que podían venir, de estatura mediana, ojos claros, cabellos canos y ondulados, varios años menos que Evaristo.

Ella lo esperaba todas las mañanas con el mate, luego se acostaba hasta el medio día. Una mañana Ana vio llegar a Evaristo muy preocupado, ella preguntó que le pasaba; Evaristo, quitándose los anteojos, miró a su esposa y empezó a hablar. Hace unas noches que no estoy tranquilo, escucho pasos lentos y pesados que caminan por el salón, siempre a la misma hora, pero no he visto a ninguna persona ni animal.

Sintió temor por primera vez. Se sentía desprotegido, no entendía nada, allí no había ninguna posibilidad de que alguien entrara, cuando llegó el personal de limpieza comentó lo que había escuchado. Ramón y su hija eran los encargados del orden y limpieza del museo y nunca vieron algo extraño en el lugar.

En una noche de tormenta, truenos y rayos se adueñaron de la noche. Evaristo a oscuras por falta de luz, veía el resplandor de los rayos en el amplio ventanal.

Las piezas conservadas parecían cobrar vida, en ese momento sintió los mismos pasos sin cuerpo que recorrían el lugar.

Aterrado esperó que volviera la luz. Cuando ésta llegó, para distraerse se puso a ordenar un estante de la biblioteca. Cuando reparó en un libro que estaba caído, como escondido; lo levantó, le quitó el polvo que tenía dándose cuenta que no lo había leído, lo llevó y lo puso sobre el escritorio para leerlo después.

Ana esa noche no pudo dormir. Se sentía angustiada y le dolía el corazón. Se levantó, se aseó y preparó el mate; antes salió a mirar el jardín, vio lo que dejó la tormenta, hojas y flores caídas cubriendo los canteros que rodeaban los rosales, miró a lo lejos y a Evaristo no lo vio llegar.

En ese momento Don Ramón y su hija al ingresar al museo se extrañaron que la puerta estuviera cerrada, ya que era Evaristo el que la abría todas las mañanas. Dirigiéndose a la salita, el lugar de Evaristo, vieron a “Trompito” sentado con su cabeza sobre el libro, los anteojos al lado y un hilo de sangre como prueba fatal del tiro que tenía en la cabeza.

Llamaron a emergencia de la policía, el inspector intrigado por el cometario de Ramón, empezó a recorrer el salón. Grande fue la sorpresa al ver que uno de los esqueletos tenía un arma en su mano, impresionado retrocedió y sentándose en la salita trató de pensar.

De pronto se levantó y acercándose al escritorio vio en primera página del libro, un título escalofriante “Huidobro Sosa, el sanguinario del Norte”.

Junto al oficial que caminaba a su lado, volvió al salón fijando su mirada en el esqueleto que conservaba el arma en su descarnada mano, junto a una placa pequeña que tenía sujeta al cuello, donde se leía “Sosa H.”.

La investigación fracasó, no se pudo descubrir nada, buscaron nuevos empleados pero nadie se presentó, el museo se cerró.

Cuentan que en noches de tormentas se sientes fuertes carcajadas.

Al tiempo el museo se mudó, cuando fueron a buscar las piezas, vieron que en el lugar que ocupaba el esqueleto de Huidobro, había un montón de huesos esparcidos por el suelo. El misterio perduró con el tiempo.

Tiempo después demolieron el museo para dar paso al progreso, el primero edificio de seis pisos de departamentos, todo un acontecimiento para el pueblo, pero en cada noche tormentosa se siguen escuchando fuertes carcajadas que se pierden al amanecer.


Fin.

(La foto inicial es del día 28 de noviembre cuando leí este cuento frente a mis compañeros del Centro de Amigos jubilados de barrio Pueyrredón, en la fiesta de cierre de actividades del año)

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